El protagonista de esta historia, Sebastián
Tiozzo, concejal del PAyS de Eldorado, es uno de esos hombres que parece
haber vivido varias vidas: estudió medicina en Cuba, fue de misión médica a
Venezuela, donde vivió más de dos años con los Yanomamis, uno de los últimos
pueblos indígenas de los que habitan el Amazonas en ser contactados por la
aldea global; fue médico rural en Yabotí, con las comunidades mbya guaraní, en
la selva misionera; y hoy, hace medicina comunitaria en un Caps de la misma
ciudad, en que ese día de 2003 leyó en el diario su futuro.
Exiliados
“Nosotros éramos los llamados ‘exiliados económicos’, toda una generación”, describe Tiozzo, que entonces tenía 17 años, una incipiente militancia política estudiantil, toda la vida por delante y el oficio de diariero.
“Yo había terminado el colegio en 2002, y
después del 2001, no teníamos muchas expectativas; mamá y mis tres hermanas,
estaba difícil”, rememora, en diálogo con La Voz de Misiones.
La televisión de la época era un carretel de la desesperanza: fábricas
cerradas, gente vencida, procesiones de desocupados; un abanico de cuasi
monedas de nombres estrafalarios, clubes de truque y otros malabares
económicos.
“Yo vendía diarios y fue por los diarios que me enteré que había jóvenes
misioneros estudiando medicina en Cuba, chicos de Posadas; no había nadie del
Eldorado”, cuenta Tiozzo.
La noticia fue como un principio
de relevación para el canillita de 17, empeñado en hacer algo con su vida.
“Me enteré de la beca, fui a una reunión en Posadas, había gente
de la Embajada de Cuba; no pedían casi nada, solo título del secundario”,
relata Tiozzo.
“Entramos como 10.000 aspirantes. Yo me dije ‘voy a ganar’”,
rememora.
“Seguí vendiendo diarios y un año después, 2004, gané la beca”,
recuerda, como reviviendo el momento. “Era la única posibilidad que tenía de
estudiar medicina”, dice y sentencia: “Fuimos una generación a la que Cuba nos
salvó la vida”.
Ingresaron 100 argentinos aquel año, él entre ellos. “Yo no
conocía mucho de Cuba. La gente, mis vecinos me asustaban con el comunismo”,
cuenta Tiozzo. “No te van a dejar salir”, dice que le decían en el barrio.
“La verdad que yo no sabía si me iban a dejar salir o no; lo único
que sabía es que no quería vender diarios el resto de mi vida”, comenta el hoy
concejal del PAyS.
Tiozzo llegó a Cuba ese mismo año, a la Escuela Latinoamericana
de Medicina, una institución devenida en emblema del
internacionalismo cubano, nacida para atender una realidad que había quedado al
desnudo con los embates de los huracanes George y Mitch, en noviembre de 1998:
la falta de médicos en Centroamérica y el Caribe.
Tiozzo vivió seis años y medio en Cuba, atravesó la isla de un
extremo a otro, en un viaje por lo profundo de la revolución cubana, en una
época en que la nación caribeña vivía una especie de renacimiento, con la
estrella de su líder legendario y un escenario regional dominado por gobiernos
populares.
Para el joven de Eldorado, el
periplo cubano entrañaba una experiencia reveladora, no solo por el contacto
directo con una realidad desconocida, sino a la manera de un viaje iniciático
hacia el interior de sí mismo.
“Fueron años de mucho aprendizaje, en lo académico, en lo social,
en lo humano”, dice Tiozzo.
“La mayoría de los profesores eran médicos que habían estado de
misión en África, Asia, en varios lugares del mundo; la práctica académica se
nutría con las historias médicas reales, de médicos reales, en contextos
hostiles, situaciones de desastre, comunidades aisladas”, recuerda.
Las fotos de aquellos años lo muestran en actividades diversas: en
la facultad, con el Mar Caribe de fondo; en una brigada de solidaridad,
llevando música, juegos y asistencia a escuelas primarias de la isla.
Una de las fotos muestra a Tiozzo saludando al mítico comandante
Fidel Castro, ya retirado y enfundado en el atuendo deportivo que adoptó cuando
colgó para siempre su uniforme de jefe revolucionario.
“Yo sabía que mi vida social y
política iba a ser la que estoy haciendo ahora, y de inmediato me dije: ‘quiero
tener esa experiencia antes de volver a Misiones”, comenta el médico y concejal
de Eldorado.
Era 2010. Le faltaban seis meses para graduarse, cuando ocurrió el
gran terremoto de Haití, que se cobró miles de muertos, devastó la capital del
país y dejó millones de desamparados.
“Empezaron a ir compañeros del último año. Me quedé con las
ganas”, dice Tiozzo, como lamentándose todavía por aquella primera misión
humanitaria perdida.
Su oportunidad llegó varios meses después, ya graduado y con 25
años: el denominado Batallón 51, una brigada médica reclutada con el objetivo
de llevar atención a los lugares más difíciles de Venezuela.
“Me anoté sin dudarlo”, cuenta Tiozzo. Relata que llamó por
teléfono a Eldorado y le comunicó a su familia que Misiones lo iba a tener que
esperar un poco más, y el 3 de septiembre de 2010 se embarcó en un vuelo
directo de Cuba a Venezuela.
En sus años en Cuba, Tiozzo pudo interiorizarse de la revolución
bolivariana que lideraba el presidente Hugo Chávez en Venezuela, a través del
testimonio de compañeros de ese país en la escuela de medicina.
“Íbamos en una brigada médica y también de apoyo al proceso
bolivariano, para mí era apasionante y representaba un desafío que exigía mucho
compromiso”, reflexiona Tiozzo.
Relata que su destino venezolano tampoco fue resultado del azar,
sino que lo eligió: una ignota región de comunidades indígenas yanomamis,
localizadas en lo profundo de la selva amazónica, en la frontera con Brasil.
“Son comunidades que en medio de la nada”, describe Tiozzo el
remoto territorio, donde el paisaje se alarga en lo alto del río Orinoco, en el
que vivió más de dos años.
“Fueron unos años maravillosos”,
exclama Tiozzo. En las fotos se lo ve a punto de abordar un avión en una pista
de tierra, rodeada de montañas; navegando en lancha con una remera del Che; en
la selva, en su uniforme de brigadista y con un machete al hombro; y auscultando
a niños y mujeres de las aldeas yanomamis.
“Cada cuatro o cinco meses regresaba a la ciudad por unos días y
después volvía en lancha”, cuenta Tiozzo.
Dice que la mayor dificultad fue el idioma, conformado por un
abanico de dialectos inescrutables. Lo enfrentó con un cuaderno de anotaciones
y predisponiendo el oído.
“Por suerte, había algunos yanomamis muy interesantes, que habían
hecho cursos de agentes sanitarios, y para nosotros era espectacular, porque
nos enseñaban la lengua y nos informaban acerca de la cuestión cultural, que
también es algo en que no podés pifiar”, relata.
Cuenta que, entre las múltiples
experiencias vividas con los indígenas amazónicos, la más fuerte fue un ritual
funerario donde la tribu ingiere las cenizas del difunto.
Dice que entre los yanomamis terminó de comprender la noción de
comunidad. “Ellos no no conocen el egoísmo, todo lo que tienen lo comparten”,
valora Tiozzo.
Al cabo de dos años y tres meses, el médico misionero graduado en
Cuba concluyó su misión en el Amazonas venezolano, se despidió de la comunidad
indígena que lo había acogido como uno de los suyos, y emprendió el regreso a
la tierra colorada.
“Llegué y hablé con el doctor Oscar Herrera Ahuad, que por entonces era ministro
de Salud y le pedí para trabajar con las comunidades mbya guaraní de la
provincia”, cuenta Tiozzo.
El llamado de la selva lo llevó lo encontró recorriendo aldeas en
todo el nordeste de Misiones: Yabotí, El
Soberbio, San Vicente, San Pedro. Fueron otros tres años y medio.
Hoy, a la distancia el médico de Eldorado compara ambas
experiencias y afirma que los yanomamis y los mbya misioneros “son pueblos
totalmente distintos, casi sin puntos en común”.
“Acá, los paisanos siempre están
a la defensiva con los blancos”, dice Tiozzo y explica: “Los yanomamis, por
estar tan intrincados, nunca conocieron el genocidio; recién hace poco que
están teniendo vínculos con los blancos y todo resulta amistoso para ellos”.
Argumenta que la propiedad de la tierra, del pedazo de selva que
las comunidades habitan, es otro dato a tener en cuenta.
“En el caso de los yanomamis, el ambiente natural es de ellos; y
en cambio, acá las comunidades están sin tierras, sin techo, sin nada”, explica
Tiozzo y concluye: “Es difícil ser feliz si te sacan todo”.